Foto: Guillermo Porta |
LOS GUNAS EN LA PRÁCTICA DE ASANAS
Los gunas están compuestos de tres fuerzas complementarias. Son tamas (masa
o inercia), rajas (dinamismo o capacidad de vibrar) y sattva (luminosidad o la
cualidad de la luz).
En el cuerpo predomina tamas. El cuerpo necesita masa, los huesos necesitan
densidad y los tendones y músculos necesitan solidez y firmeza. La densidad
ósea es una virtud, pero en el cerebro es un vicio porque en el cerebro y en el
sistema nervioso debe predominar rajas (dinamismo y capacidad de vibrar) y la
densidad es una desventaja. Mientras que la mente es de naturaleza rápida, el
cuerpo tiende a la pesadez, la inercia y la pereza. El exceso es molesto; un
cuerpo excesivamente musculoso es como un coche muy grande con un motor
pequeño; sólo logrará ser más lento y lo que es peor necesitará más energía
para superar la inercia que para cobrar velocidad.
Respecto a la práctica de asanas, eso significa que al principio
necesitamos esforzarnos más porque la resistencia es mayor. De los dos aspectos
del asana, esfuerzo corporal y penetración mental, ésta última es la más
importante. Nuestra meta es la penetración mental pero al principio hay que
sudar. Una vez que hay movimiento y luego impulso empieza la penetración.
Cuando el esfuerzo se torna en no esfuerzo, asana alcanza su nivel más elevado
(II: 47 Se logra la perfección en asana
cuando el esfuerzo por realizarla se torna no-esfuerzo y se alcanza el ser
infinito interior). Pero se trata de un proceso lento y si interrumpimos
nuestra práctica, la inercia vuelve a reafirmarse. En realidad lo que estamos
haciendo es infundiendo una vibrante energía en la materia densa. Por eso la
práctica buena conlleva una sensación de ligereza y vitalidad.
La cuestión principal es lograr una proporción y un equilibrio adecuada en
los gunas dependiendo de los fenómenos materiales implicados. Tamas proporciona
densidad y masa y cuando esas cualidades exceden nuestras necesidades lo
llamamos torpor e inercia. Una masa inerte no puede energetizarse con rajas.
El aspecto negativo de rajas es turbulento, frenético y agitado. Lo que
buscamos es una mente rápida, no una mente agitada. También queremos una mente
tranquila y clara que nos lleve a sattva. La verdad es que experimentamos muy
poco sattva como para conocerlo bien. La solidez de tamas y el movimiento
llamativo de rajas eclipsan nuestra visión. En un mundo de objetos y excitación
sensorial, tamas y rajas reinan supremos. Para describir sattva utilizamos la
palabra luminosidad, que es la cualidad interior y serena de la luz. Esa
cualidad es la que intentamos elevar e integrar en nuestro interior. La
luminosidad es clara, está atenta y tranquila.
La interrelación de esas tres fuerzas o gunas es de importancia capital en
tu práctica yóguica. Has de aprender a identificarlas y observarlas a fin de
poder ser capaz de ajustar y equilibrar sus proporciones, y al penetrar en su
interior, elevar la belleza de sattva a la superficie. Gracias a esa habilidad
puedes evitar el dolor y curar dolencias que estén en etapas de manifestación
mental, emocional o física.
Dolor: estar cómodos incluso en la
incomodidad
En la clase de yoga el dolor está ahí para enseñar algo. Sólo en la lucha
hay conocimiento. Sólo cuando haya dolor verás la luz. El dolor es tu gurú.
Igual que experimentamos felizmente los placeres, también debemos aprender a no
perder nuestra felicidad cuando llega el dolor. Debemos aprender a estar
cómodos incluso en la incomodidad. No
debemos salir huyendo del dolor, sino atravesarlo e ir más allá. Eso es
cultivar la tenacidad y la perseverancia, una actitud espiritual respecto al
yoga. Esa es también la actitud espiritual hacia la vida.
Como el dolor es inevitable, asana es un laboratorio en el que descubrimos
como tolerar el dolor inevitable y cómo transformar el dolor que puede ser
transformado. Los asanas nos ayudan a
desarrollar tolerancia en el cuerpo y la mente para así poder soportar el
estrés y la tensión con más facilidad. En otras palabras, el esfuerzo y sus
dolores inevitables forman parte esencial de lo que las asanas nos enseñan. Por
ejemplo, los estiramientos hacia atrás nos permiten ver el valor y la tenacidad
de las personas, comprobar si pueden soportar el dolor. Las asanas de
equilibrio sobre las manos enseñan y cultivan la tolerancia.
Se necesita resistencia para permanecer en un asana. Para dominar un asana
se necesita paciencia y disciplina. El asana no sale haciendo muecas. ¿Cómo se
aprende a soportar el dolor? Hay que reposar en el posar; hay que crear
relajación al igual que la cantidad justa de tensión. Esta relajación puede
empezar soltando el estrés acumulado en las sienes y en las células del
cerebro. Esto desestresa la carga del cerebro, soltando los ojos y las sienes,
lo que a su vez descarga la carga de los nervios y de las fibras musculares.
Así es como podéis convertir un dolor insoportable en otro soportable, lo que
os permitirá dominar el asana y erradicar el dolor. Para alcanzar la libertad
hay que soportar el dolor.
Al principio el dolor puede ser muy intenso porque el cuerpo se nos
resiste. Al abandonarnos a él ablandamos el cuerpo, y poco a poco va
disminuyendo. Pero si cuando somos ya más diestros resulta que el dolor agudo regresa
en un momento en que no debería hacer acto de presencia, lo más prudente es
dejar el asana durante un rato y pensar qué ha ido mal. El dolor sólo aparece
cuando el cuerpo no entiende cómo hacer el asana, que es lo que sucede al
principio. En cambio en la postura correcta no hay manifestación dolorosa. Para
aprender la postura correcta hay que enfrentarse al dolor. No hay otro modo.
La inteligencia debe tener un estrecho contacto con el cuerpo y conocerlo
bien. Cuando no existe intimidad entre la mente y el cuerpo aparece la
dualidad, hay separación y no integración. El dolor hace que concentremos
nuestra atención en la zona afectada
No se trata de que el yoga sea el causante de todo ese dolor; el dolor ya
estaba ahí oculto. Hemos vivido con él o aprendido a no ser conscientes de su
existencia. Cuando empiezas con el yoga los dolores no reconocidos emergen a la
superficie. Cuando somos capaces de utilizar nuestra inteligencia para
purificar nuestros cuerpos, entonces los dolores ocultos se dispersan. Mientras
exista rigidez corporal y mental no habrá paz. Los errores internos como
forzar, actuar sin observar, tensar la garganta y bloquear los oídos, crean
hábito, y ese hábito da paso a la falta de percepción consciente, a compresión,
pesadez, tirantez, desequilibrio y dolor. Por ejemplo cuando los músculos atrofiados vuelven a la vida
aparecen los dolores del renacimiento. Existen dos maneras de enfrentarse al
dolor: vivir con él para siempre o trabajar con él y ver si puede erradicarse.
Aunque debemos reconocer la existencia e importancia del dolor, no debemos
glorificarlo. Cuando hay dolor debe haber una razón para ello. El objetivo no
es mantener una asana dolorosa a toda costa o tratar de dominarla antes de
tiempo. El objetivo es realizar el asana con la mayor intensidad de
inteligencia y amor posibles. Para lograrlo es necesario aprender la diferencia
entre dolor “apropiado” y dolor “equivocado”.
El dolor apropiado es constructivo, estimulante e implica un reto. El dolor
equivocado es destructivo y provoca un sufrimiento agudísimo. El dolor
apropiado es para nuestro crecimiento y nuestra transformación física y
espiritual. El dolor adecuado suele notarse como una sensación de alargamiento
y reforzamiento graduales. El dolor equivocado es una sensación súbita y aguda
que nos dice que hemos ido más allá de nuestras capacidades presentes. Además
si se siente un dolor persistente y en aumento mientras se trabaja, lo más
probable es que se trate de un dolor equivocado.
El desafío del yoga es ir más allá de nuestros límites, dentro de lo
razonable. Si la práctica de hoy perjudica a la de mañana, entonces no es una
práctica correcta.
Muchos profesores os piden que ejecutéis las asanas con facilidad,
comodidad y sin ningún estrés ni esfuerzo. Esto acaba dejando al practicante
viviendo dentro de los límites de su mente, con el inevitable miedo, apego y
mezquindad. Estos profesores y sus estudiantes sienten que el tipo de práctica
precisa e intensa que describo es dolorosa. A veces experimentamos dolor durante nuestra práctica al esforzarnos y
ejercitar nuestra voluntad. El yoga tiene por objetivo la purificación del
cuerpo y su exploración, así como el refinamiento de la mente. Esto requiere
fuerza de voluntad, tanto para observar como para soportar el dolor físico sin
agravarlo. Sin cierta cantidad de estrés no puede experimentarse la auténtica
asana y la mente permanecerá encerrada en sus limitaciones, sin traspasar sus
propias fronteras. Este estado mental limitado se puede describir como
mezquino, estrecho de miras.
De la misma manera que hemos de aprender a detectar la diferencia entre
dolor físico apropiado y equivocado, también debemos hacer lo mismo con el
dolor mental. El dolor mental apropiado también debe ser gradual y permitir que
nos fortalezcamos en lugar de rompernos. Por ejemplo levantarse a las 6 de la
mañana para practicar yoga o a las 4. Utilizamos el dolor apropiado como una vacuna
contra el dolor y el sufrimiento
inevitables que la vida siempre nos depara, pero la dosis debe ser la adecuada.
La práctica de asanas es una oportunidad para observar los obstáculos en la
práctica y en la vida y descubrir como hacerles frente.
Muchas personas con un intelecto desarrollado siguen siendo emocionalmente
inmaduras. Si de repente tienen que enfrentarse a dolores, intentan escapar.
Están poco preparadas para enfrentarse
al dolor y tratar con él cuando se les pone en una postura intensa. Esta
práctica les pone frente a frente con la realidad de la naturaleza de sus
cuerpos. Debemos afrontar nuestras emociones, no huir de ellas. No hacemos yoga
sólo para disfrutar sino para realizar la suprema emancipación. El dolor llega
para guiarte. Cuando has conocido el dolor te tornas compasivo. Las alegrías
compartidas no pueden enseñarnos esto.
Considero una de las mayores bendiciones de mi vida mi mala salud de
pequeño, la pobreza, la falta de educación y la severidad de mi guru. Sin esas
privaciones tal vez nunca me habría mantenido tan fiel al yoga. Cuando todo lo
demás desaparece, se revela lo esencial.
En el capítulo 2 de la Bhagavad Gita ,
Arjuna se encuentra entre la espada y la pared, en un dilema. No hacer nada
también es una acción, de consecuencias inevitables, por lo que no existe
manera de escapar al dolor y al sufrimiento. Con la ayuda de Krishna, Arjuna
siguió el camino del dharma, o la ciencia del deber religioso. Así pues al
hacer frente a la adversidad y el sufrimiento, y al aceptarlos como un medio
necesario, se resuelven y desaparecen nuestras ansiedades. Si somos fieles al
camino que recorremos, nuestras vidas mejorarán y la luz de la perfección
distante llegará para iluminar nuestro viaje.
Perfeccionar: alégrate siempre de la
más pequeña mejora.
Que la meta a alcanzar sea la perfección, pero alégrate de los más pequeños
progresos cotidianos hacia la perfección. El exceso de ambición puede
resultar destructivo para un progreso
sostenible. En última instancia, la perfección radica sólo en Dios. Somos
criaturas que pueden soñar con la perfección, y ese sueño inspira a mejorar.
Ese sueño impulsa el esfuerzo necesario para la transformación.
Un practicante debe fijar su atención entre la mente y el cuerpo,
escuchando los consejos de ambos, pero dejando que sea la inteligencia y el
alma las que tomen las auténticas decisiones, pues ahí es donde se halla la
verdadera fuerza de voluntad y dedicación. Haz hasta donde tu capacidad te
permita pero esfuérzate siempre por ampliar
esa capacidad.
Busca tiempo cada día para mantener la práctica de asanas. Si tienes un
problema físico o una espalda rígida
aprende a tratar con él y dale la atención y el amor que necesita. No han de
importar los fracasos. Permanece desapegado. No tengas miedo. No te apegues al
cuerpo. Aunque aparezca el miedo acéptalo y halla el valor para lidiar con él.
La práctica prolongada e ininterrumpida de asanas y pranayama, realizada
con percepción consciente, crea una sólida base y conduce al éxito. El joven,
el viejo, el anciano, incluso el enfermo y achacoso obtienen perfección en el
yoga mediante la práctica constante. El éxito le llega a quien practica. El
éxito del yoga no se obtiene sólo leyendo libros. Incluso Patanjali que nació
siendo un genio espiritual dijo que sólo llegan a dominar el yoga quienes
tienen una práctica prolongada, persistente e ininterrumpida con celo y
determinación.
La paciencia aporta la fuerza de
voluntad necesaria. La fuerza de voluntad no es más que disposición a hacer. Utilizando
la inteligencia y la fuerza de voluntad has de preguntarte si puedes hacerlo un
poco mejor. La luz le llega a una persona que extiende su percepción consciente
un poco más de lo que parece posible. Al conformarnos nos limitamos. Eso es
vivir en la mente antigua. Si eres
aplicado tu conciencia te susurra: “intenta ir un poco más allá”. Si uno
mantiene su aspiración al máximo de intensidad, el conocimiento del Sí-mismo
acaba llegando. En el momento en el que
vas un poco más allá de lo que quiere el cuerpo, te acercas al Sí-mismo. Cuando
dices: “Estoy satisfecho”, palidece la luz de la percepción consciente y la
atención.
El papel de la memoria en la práctica de asanas es permitirnos comparar la
práctica de ayer con la de hoy para que podamos comprobar si progresamos en la
dirección correcta. Pero mucha gente repite lo que aprendieron en el pasado y
su presentación de asanas se vuelve mecánica ye so hace que tanto cuerpo como
mente se anquilosen. Un asana no es una postura que pueda asumirse
mecánicamente. No repitas nunca. La repetición embota la mente.
No permitas que las experiencias pasadas queden grabadas en tu mente. Realiza
las asanas en cada ocasión con una mente fresca y un enfoque nuevo. Si repites
lo que hiciste antes, estás viviendo en la memoria, en el pasado. Hay que
preguntarse: “¿Hay algo nuevo respecto a lo que hice ayer?”, y habrá progreso.
No tardarás en comprender cómo crear dinamismo en un asana estática. Esto vale
tanto para la vida como para la práctica de asanas. Por lo general, cuando una
persona llega a dominar un asana, ésta deja de tener interés. Así se van
desarrollando puntos ciegos. La gente piensa que ha llegado al final. Hay que
comprobar si uno puede cruzar la línea de las experiencias pasadas. Hay que
crear dentro de uno la sensación de belleza, de liberación y de infinitud. Todo
ello no puede experimentarse sino en el presente.
Al ir consiguiendo destreza en las asanas resulta tentador limitar nuestra
práctica a una zona de complacencia satisfactoria. Yo lo llamo “bhoga yoga”, o
yoga exclusivamente para el placer. ¿Qué es lo que está mal? ¿Dónde y cómo
puedo mejorar? Así es como el fuego de la práctica (tapas) prende la lámpara de
la inteligencia y asoma el conocimiento del sí-mismo (svadhyaya). La palabra
tapas contiene el sentido del fuego intelectual interior que extingue nuestras
impurezas.
Si alguna vez nos descubrimos separándonos de los demás o sintiéndonos
superiores, más puros o elevados gracias al yoga, podemos estar seguros que nos
hemos estancado o incluso de que hemos
derivado hacia un estado de ignorancia.
Del mismo modo que te esforzaste por aprender, debes mantener devotamente
lo aprendido. Aprender es muy difícil, pero es el doble de difícil mantener el
territorio ganado. Aunque el cuerpo envejece y cada vez es menos lo que puede
hacer, existen sutilezas que se van revelando. Has de crear amor y afecto por
tu cuerpo, por todo lo que puede hacer por ti. El amor debe encarnarse en el
más pequeño de los poros de la piel. Este amor debe irradiar desde ti a los
demás. Los que practican sólo asanas suelen olvidar que el objeto del yoga es
cultivar la cabeza y el corazón. Cordialidad y gracia son dos cualidades
esenciales para el estudiante de yoga.
Debes purgarte a ti mismo antes de dedicarte a buscarles faltas a los
demás. Cuando ves un error en alguien intenta descubrir si no estarás tú también cometiendo ese mismo error. Ésa es la
manera de hacer frente a los juicios de valor y convertirlos en mejoras. No
mires los cuerpos ajenos con envidia ni con superioridad. Todas las personas
nacen con constituciones distintas.
Nunca te compares con otra gente. La capacidad de cada cual están en función de
su fuerza interior. Conoce tus capacidades y mejórales continuamente.
Con el tiempo se va desarrollando la intensidad con la que uno puede
practicar. El yoga identifica cuatro niveles de intensidad en la práctica que
tienen relación con los aspectos de esfuerzo y
penetración. El esfuerzo en la práctica genera la energía necesaria para
el viaje de penetración hacia el núcleo de nuestro ser. El primer nivel es
aquél en el que sólo nos esforzamos un poco.
Si dedicamos más tiempo y esfuerzo podremos considerarnos practicantes
medios. Se empezará a revelar la estructura interna de nuestro cuerpo y
órganos. Sentiremos como se estiran las fibras y los tendones, así como el
hígado (en los estiramientos hacia atrás) y como reposar el corazón.
El siguiente paso es resuelto e intenso. Nuestra mirada interior se vuelve
refinada, aguda sensata y perspicaz. Nos volvemos conscientes de nuestros
pensamientos vacilantes y de cómo el movimiento de la respiración agita o calma
la consciencia.
El nivel más elevado se caracteriza por una dedicación implacable,
inexorable y total a la práctica. Nuestra visión interior puede ahora por fin
penetrar a través de las sutilezas del astuto ego, nuestra sabiduría va
madurando y entramos en contacto con el núcleo del ser.
Nuestros talentos, por mucho que puedan variar entre los individuos, cuando
son utilizados al máximo proporcionan el vínculo que nos llevará de vuelta a
una reunión con lo divino.
Yoga divino: haz el asana con el
alma
En la práctica de asanas y pranayama debemos tener la impresión de que
trabajamos con lo externo para acercarnos a la realidad interior de nuestra
existencia. Trabajamos desde la periferia hacia el núcleo. El cuerpo material
tiene una realidad práctica accesible. Está aquí y ahora y podemos hacer algo
con él. No obstante no debemos olvidar que la parte más interna de nuestro ser
también intenta ayudarnos.
Cuando haces una asana correctamente, el Sí- mismo se abre por si mismo;
eso es yoga divino. En ese caso el que realiza el asana es el Sí-mismo, no el
cuerpo ni el cerebro. El Sí mismo incluye
a todos y cada uno de los poros de la piel. Utilizo el cuerpo para
disciplinar la mente y alcanzar el alma. Las asanas cuando se utilizan con
intención correcta, ayudan a transformar a un indivíduo alejando a la persona
de una mera consciencia corporal, hacia la consciencia del alma. El cuerpo es
el arco, el asana la flecha y el alma la diana.
Un asana debe ser honesta y virtuosa. Con honesta quiero decir verdadera.
Debes llenar hasta el último centímetro del cuerpo con el asana,
Con virtuosa quiero decir que debe realizarse con la intención correcta, no
por el ego, ni para impresionar sino por el Sí-mismo y para acercarse a Dios.
De este modo el asana se convierte en una ofrenda sagrada. Entregamos nuestros
egos. Ésta es la suprema devoción por Dios (Isvara pranidhana).
El asana no debe ser realizada sólo por la mente ni por el cuerpo. Tú debes
estar en ella. Tú debes realizar el asana con tu alma (con el corazón). Así que
un asana virtuosa se realiza desde el corazón y no desde la cabeza. Hay que
sentirse en ella con amor y devoción.
De esta manera trabajarás desde tu corazón y no desde tu cerebro, para
crear armonía. La serenidad en el cuerpo es la señal de la tranquilidad
espiritual. Mientras no sientas serenidad en el cuerpo, no habrá posibilidad de
emancipación. Estarás sometido. Así que mientras estés sudando y dolorido, deja
que tu corazón esté ligero y permítele llenarte el cuerpo de alegría. El dolor
es temporal. La libertad permanente.
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